Buenos hábitos alimenticios y algún que otro placer

Tener una alimentación equilibrada, hacer ejercicio o dormir bien. Estos consejos son igual de recomendables para adultos que para niños. Aunque, eso sí, de vez en cuando merece la pena darse un capricho.

La infancia es una de las épocas que se recuerdan con mayor cariño. Libres de preocupaciones y concentrados fundamentalmente en jugar, tampoco hay que descuidar, eso sí, la transmisión de valores. Y es que desde una edad temprana conviene que los niños aprendan lo que son unos buenos hábitos saludables, que incluyen (como no podía ser de otra forma) una dieta equilibrada, ejercicio físico o una buena higiene del sueño.

Respecto a la alimentación, hay que tener en cuenta que durante los primeros años de vida los pequeños no tienen opción de elegir qué comer, algo que recae directamente en los padres, que son los que pueden inculcarles hábitos saludables y positivos. Para ello, también es oportuno que los propios progenitores se conviertan en un espejo donde los niños puedan observarse.

Cuando los niños comiencen a tener mayor conocimiento y conciencia de su entorno, hay actividades que pueden contribuir a cumplir este propósito, como elaborar menús equilibrados y variados (donde destaquen los alimentos frescos o las frutas y verduras), hacer la compra juntos, e incluso involucrarles en algunas recetas. A ello se suma la importancia de beber agua, puesto que los niños deben estar suficientemente hidratados.

Pero, ¿quiere decir todo esto que los dulces están prohibidos para los más pequeños? En realidad, no. Los expertos en la materia señalan, de hecho, que el problema no es que los niños consuman azúcar, por ejemplo, sino que lo hagan de forma excesiva y desmesurada. La glucosa, después de todo, es la principal fuente de energía necesaria para asegurar el buen funcionamiento de las células del organismo. Como todo, en el equilibrio está la clave.

Por ese mismo motivo, privar a un niño de una pieza de bollería de vez en cuando sería todo un crimen. Una buena masa de bollería, hecha con ingredientes de calidad, y toppings fabulosos es un reclamo irresistible no solo para un adulto, sino para cualquier niño amante de los dulces. Evidentemente, los niños deben aprender hábitos saludables, pero también resulta idóneo mostrarles que, de vez en cuando, pueden permitirse un pequeño capricho. La bollería en momentos especiales se convertirá, sin duda, en uno de los momentos más dulces (y recordados) de su infancia.

Si te preguntas cómo hornear croissants congelados en tu establecimiento (los croissants, después de todo, triunfan entre todas las edades), debes saber que gracias a las masas congeladas es muy sencillo hacerlo. Un croissant de chocolate clásico solo requerirá unos 30 minutos de descongelación y un tiempo de horneado posterior de 15-18 minutos, algo que hace que esta elección sea tremendamente fácil y sencilla. En el caso del minicroissant de chocolate los tiempos incluso se reducen más: también tiene un tiempo de descongelación de media hora, pero un tiempo de horneado menor, de 12 a 15 minutos.

Y, si seguimos hablando de bollería, las caracolas se presentan como una opción suculenta. Además, su forma divertida suele gustar a los niños. La caracola de chocolate, así, resulta una exquisita pieza de bollería de finas láminas de hojaldre con un generoso relleno de chocolate de gran calidad. El cuerno de minichocolate, por otro lado, recoge las cualidades del primero pero en una versión ligeramente más pequeña. También destacan la bomba de chocolate (con chocolate con avellanas, un extra de relleno que se percibe en cada bocado) o el minicuerno de chocolate.

Pero aquí no acaba la cosa. Otros aciertos seguros para tu negocio pueden ser el croissant intense con masa madre Hélène o la napolitana de caramelo y mantequilla. Los hojaldres, los hoops o las magdalenas y bizcochos son otros productos dulces que puedes incorporar a tu expositor, y que suelen hacer las delicias de los más pequeños.

Y es que educar en hábitos saludables es fundamental, pero también hay que tener presente que los niños, como los adultos, merecen un placer dulce de vez en cuando.